EL SUEÑO PERDIDO

25 enero 2010

Estamos en el año 2010. Cuando yo era niño pensaba que llegados a esta época viviríamos en ciudades futuristas, conduciríamos coches voladores y el planeta Marte sería un destino vacacional más. En ese mundo idílico el sistema político sería mucho más participativo, el respeto al medio ambiente prevalecería sobre cualquier interés comercial y el sistema económico borraría las desigualdades existentes, no sólo entre países, sino también entre todos los individuos.

En el 2009 hemos tenido en las manos hacer realidad muchas de esas hipótesis futuras que imaginaba a principio de los años 80... y no me refiero a coches voladores y viajar a Marte. Me refiero a hacer realidad cambios políticos, sociales y económicos que transformen el mundo donde vivimos.

La crisis económica fue, y aún lo sigue siendo, la excusa perfecta para cambiar nuestro sistema económico. No se trata de refundar el Capitalismo, sino de abandonar un sistema creado hace más de un siglo y que ha demostrado continuamente su fragilidad (todas las décadas tienen su crisis financiera más o menos acusada), así como su facilidad en crear desigualdades. No me entiendan mal y piensen que abogo por el Comunismo (una idea interesante ejecutada penosamente), sino por la creación de un sistema económico acorde con una sociedad que ha ido abandonando el antiguo sistema productivo para centrarse en un sistema basado en la información y los servicios. La Revolución Industrial murió hace ya muchos años y no podemos sustentar la economía mundial en un sistema creado para un mercado difunto. La crisis económica actual es sistemática, y cualquier esfuerzo nacional en superarla es un simple parche que acabará dejando otra vez al aire la herida.

En éste 2009 los líderes mundiales pudieron haber trabajado para acordar una solución fuerte y revolucionaria, una solución cuyos efectos no serían inmediatos, pero si sólidos. Prefirieron la solución fácil y rápida: poner simples parches a un transatlántico a la deriva. Una oportunidad perdida.

Recientemente se ha celebrado a cabo la Cumbre del Clima de Copenhage. ¿Qué puedo decir sobre ella? Las Cumbres Climáticas parecen ser reuniones de dirigentes de alto nivel, donde todos utilizan grandes coches contaminantes y jets privados para llegar al lugar de celebración. En estas cumbres no importa el medio ambiente, y si el crecimiento productivo de cada nación... o mejor dicho, las trabas que puedo imponer, con la excusa medioambiental, para que mi rival económico deje de crecer. No hay un compromiso serio por parte de las naciones para atajar un problema que a medio-largo plazo nos afectará a todos por igual (aunque ya hay síntomas de que los plazos se acortan a pasos agigantados). Las naciones deben apostar por la investigación y el desarrollo de sistemas energéticos no contaminantes, aunque choquen contra los intereses capitalistas de las grandes empresas petroleras. En el momento en que las naciones decidan llevar políticas medioambientales separadas de los intereses capitalistas, será cuando este tipo de cumbres tendrán sentido y arrojaran algún resultado.

Por último nos encontramos con la falta de participación en los gobiernos y las políticas que nos afectan. El último de muchos ejemplos nos encontramos con la reciente elección de Herman Van Rompuy como Presidente el Consejo Europeo, es decir, Presidente permanente de la UE. ¿Usted le ha votado? Ni usted ni casi ningún ciudadano de la Unión Europeo... digo casi nadie, porque solo fue elegido por 27 ciudadanos, nuestros Presidentes de Gobierno. En una Unión Europea tan heterogénea, con tantas sensibilidades, opciones y culturas, cómo se puede elegir a un Presidente por solo 27 personas de diferentes opciones políticas. La respuesta es simple: el que menos moleste.
¿Por qué, si se aspira a una dirección política común dentro de la Unión, no pueden decidir directamente la ciudadanía que proyecto y que persona es la que mejor se adapta a sus intereses? El 2009 fue el año en el que se debió dar voz a los europeos, lamentablemente fue otra oportunidad perdida.

Tenemos que ser valientes e idealistas; tenemos que ser inconformistas. Somos nosotros, los ciudadanos, los que tenemos que salir del hastío y luchar para cambiar todo aquello que nos parezca injusto. Quedarse en casa y aceptar resignados la triste realidad nos convierte en cómplices. Lo que ahora nos parece una quimera puede hacerse realidad, porque para hacer algo nuevo, primero hay que soñarlo.

Corto y cambio,
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