Cuando las últimas luces de la tarde se terminaron de colar por su ventana y la suave brisa veraniega llevó hasta su nariz las dulces fragancias del mar cercano, él cerró su ejemplar de "El Conde de Montecristo", se levantó de la cama y depositó el libro en su lugar de la estantería. Luego aspiró fuertemente, llenándose los pulmones con el aire lleno de salitre y observó complacido aquel cuarto. Por fin todo estaba a su gusto, por fin se sentía en casa.Lástima que al día siguiente le dieran la libertad condicional.
Corto y cambio,
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