La niña del espejo

16 abril 2006

A simple vista ella miraba su reflejo en aquel vetusto espejo. De pronto sonreía como se ponía triste, compartiendo con su imagen una complicidad que yo no podía entender.

Lo que más extraño me resultaba era que existían sutiles diferencias entre el reflejo y el original, apreciación que achaqué a mi ya mítico despiste crónico. Pero esas diferencias se hacían cada día más patentes, un misterioso suceso que atormentaba mi lógica científica.

Cada día visitaba páginas webs científicas y la biblioteca de la Facultad de Física buscando, en vano, una explicación lógica que diera a mi mente una respuesta empírica que acabara con mi obsesión.

Las diferencias cada día eran mayores, y ella cada día era más feliz. Cada vez que se miraba en el espejo reía, y su reflejo antípodo le devolvía esa risa convertida en infantil carcajada.

Varios años después, el continuo cambio, que cada día sufría el reflejo, se detuvo, mostrando a una vivaracha niña de pelo rizado y cara de pilla. Una niña feliz con una continua sonrisa en el rostro. Ella seguía mirando el espejo, y cuando lo hacía era feliz, olvidaba los problemas del día a día y estallaba en una risa restauradora.

Yo, por mi parte, seguí investigando, pero, como se pueden imaginar, no encontré ninguna explicación que me convenciera. Así que poco a poco fui aceptando que nunca sabría el porqué de aquel reflejo antipodo, hasta que un día vi mi reflejo en un charco formado por las lluvia que suelen acompañar al mes de febrero, pero no era yo. . . era aquel niño que fui años atrás, aquel niño que tenía heridas en las piernas por estar todo el día subiendo a los árboles y correteando por las calles; aquel niño que no tenía más preocupaciones que el ser feliz, una felicidad que había sido olvidada a favor de la obsesión por la lógica.

Ese día que vi el reflejo de lo que fui en un charco, comprendí que ella se había resistido a crecer, y guardó a aquella niña feliz en una urna de cristal, protegiéndola del inevitable paso del tiempo. Así, de este modo, esa niña en el espejo le recordaría siempre que la felicidad no muere con el paso de los años, sino que la sustituimos por aburridas e inútiles preocupaciones.

Desde aquel día no me preocupo por dar una explicación a cada suceso que ocurre, sólo disfruto de lo que me ocurre junto a la mujer que amo.

Corto y cambio,

PD. Dedicado a esa persona que me debe una explicación sobre su ? reflejo antípodo ? .

1 Apuntes:

Gala dijo...

Sorprendida me tienes... ¿Desde cuando los hombres se dedican describir sus sentimientos y a analizar "su reflejo que fue y ya no es"?

Suscribo todas y cada una de tus palabras. De mi niña del espejo conservo muchos recuerdos -mis amigas se sorprenden de la cantidad de detalles que soy capaz de almacenar- y algunas fotografías, aunque quizás hasta este momento no me hubiera parado a reflexionar sobre esa felicidad producto de una vida sin preocupaciones y sin responsabilidades pero creo que son éstas últimas la causa de todas esas inútiles comederas de coco. La niña-adulta tiene que tomar decisiones por sí misma y tiene un miedo espantoso a equivocarse (sabe que si se equivoca tendrá que dar explicaciones) así que sólo tiene dos opciones: evadirse o estar constantemente preocupandose de todo y por todos... Mi niña-adulta oscila entre ambas -según la temporada-.

Gracias por la metáfora: me ha gustado tu conclusión;)

Saluditos!