Soledad

24 febrero 2006

En el vacío de su cama sentía junto a él el cuerpo cálido y suave de ella, como en los casos en los que un mutilado siente el hormigueo del miembro amputado. Dando furiosas vueltas en la cama recordaba su primera cita.

No se habían visto en la vida, sólo se conocían por largas y sinceras cartas, una correspondencia que terminó aquel lejano día que quedaron en la estación. Ella bajaba del vagón cargada con una vieja maleta, él sin saber si realmente era ella la observaba desde el inicio del andén. Ella miraba curiosa, tras sus grandes gafas, a todos los hombres de la estación preguntándose, ¿será él?

Mientras el sudor empapaba las sábanas, recordó la primera vez que la llevo a su casa, cuando ella interrumpió las risas que los acompañaban desde el restaurante al ver el desorden que reinaba, a lo que él, franco, contestó:

- Iba a limpiar, pero no quería que te hicieras falsas expectativas.

Una lágrima recorrió su erosionada mejilla cuando recordó el momento en el que ella aceptó irse a vivir con él.

- ¿No te importa dejar tu ciudad y venirte a vivir a la capital? ? preguntó él.

- En realidad me da igual, todas las ciudades me parecen igual de deprimentes. ? contesto de forma lánguida ella.

Su vida desde entonces había seguido siendo pesimista, pero feliz. Y ahora lo único que el quedaba era el pesimismo. Se maldecía a si mismo por no haber querido tener hijos, por no haber tirado su vieja colección de discos para dejarle un sitio en el pudiera guardar sus cosas. . . tantos errores. . . tantos reproches. . . pero ninguno tan doloroso como las últimas palabras que ella le dirigió:

- He dejado mi ciudad, mis amigos, mi trabajo. . . todo por ti. Y no puedes hacer que viva como tú quieres, lo menos que podías hacer es dejarme vivir a mi manera.

Y se fue.

Su egoísmo había roto su felicidad. No se dio cuenta que una pareja es cuestión de dos, y él sólo pensaba en él.

Ahora la echaba de menos, pero también por egoísmo. El cáncer que le ocultó durante tanto tiempo estaba a punto de vencer. . . y ahora iba a morir solo.

Corto y cambio,